jueves, 4 de diciembre de 2008

LAS CIEN DONCELLAS (Romancero castellano)


En los tiempos que corren, es necesario recordar que España no se forjó con alianzas de civilizaciones, sino con mucho esfuerzo, mucho sudor y mucha sangre. De nuestro territorio expulsamos a todos cuantos nos vinieron a soyuzgar. Hemos sido siempre, un pueblo indómito. Y no debemos olvidar nuestro pasado. En un tiempo en el que a nuestros hijos se les intenta criar como si no tuviésemos pasado, como si nuestras raíces no fuesen el latín y el griego, como si España hubiera nacido de una especie de asamblea donde todos decidimos en votación tranquila de urna acristalada crear esta Nación, recordemos nuestra historia. Porque España, no se creó así. Y perderemos nuestro destino, si olvidamos nuestros orígenes. Eso no es óbice para recordar también que en el caso de los hombres, orígenes no son destinos.


De León y las Asturias
Ramiro tiene el reinado.
Esos moros de Barduliale
enviaron su mandado,
que si paz quiere con ellos
el tributo les sea dado
que les daba aquese rey,
Mauregato era llamado.
Cada año son cien doncellas
las cincuenta hijas
dalgopara se casar con ellas
y tenellas a su mando.
Gran pesar cobrara el rey
en oír el tal recado;
entró en tierra de los moros,
mucho lo había estragado.
En Abella1, ese lugar ,
muy gran lid había trabado;
despartiéralos la noche
en Clavijo, ese Collado.
Los cristianos con fatiga
a Dios estaban llamando,
llorando de los sus ojos,
muy grandes sospiros dando.
Lo que le pedían era
que no los haya olvidado,
ni consienta que los moros
queden muertos en el campo;
ruéganle que los acorra
pues es su Dios soberano.
Adurmióse el rey Ramiro,
Santiago le ha hablado;
díjole: -Rey, sabe cierto
que cuando Dios por su mano
nos repartiera las tierras
do fuésemos predicando,
solo España a mí la dio
que le tuviese a mi cargo.
Defendella he de los moros,
favor soy de los cristianos;
despierta tú, rey no duermas,
no dudes lo que te hablo,q
ue yo te vengo a ayudar
contra los moros paganos.
Con una cruz colorada,
rey, me verás peleando,
seña blanca sobre mí
y también sobre el caballo.
Confiésate tú, el rey,
y también los tus vasallos,
herir recio2, que los moros
muertos quedarán en campo;
llamad el nombre de Dios
con el mío apellidando-.
Despierto que fue el buen rey,
el sueño había revelado;
hizo lo que le mandó
Santiago, el apóstol santo.
Hirieron fuerte, en los moros,
del campo los ha lanzado,
y tantos murieron de ellos,
que no pueden ser contados.
De allí quedara en Castilla
el invocar a Santiago
al tiempo de las batallas
que han habido los cristianos.
( Las cien doncellas - Romancero Castellano)

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